jueves, 25 de diciembre de 2014

CUENTOS




EL ARBOL DE NAVIDAD

En el pueblo de Santos Cielos, y desde hace mucho tiempo, en el mes de diciembre se armaba un gran árbol de Navidad en la plaza principal. Todos colaboraban en su decoración.

Cada persona del pueblo, rico, pobre, gordo, flaco, viejo o joven, colocaba su adornito, ofrenda o cartita, para que el árbol luciera más lindo que el anterior.

Era una especie de fiesta para todos, en la que la mayoría trataba de darle al arbolito lo mejor que tenía. Por supuesto nunca falta alguna persona que no estaba de acuerdo con algo: podía ser el color de la cinta, el tipo de moño, el tamaño de la cartita.

Lógicamente, cada uno de los habitantes del pueblo armaba el arbolito en forma muy parecida a cómo vivía su vida.

Los más sencillos, colocaban adornos simples, pero no por eso menos bellos. A los que les gustaba presumir, colocaban los adornos más grandes y que más llamaran la atención de todos. Las personas más serias ponían moños de color bordó lisos o tal vez verde oscuro. Los más alegres moños y cintitas de todos los colores.

El alcalde del pueblo era un señor muy bueno, al que todos llamaban Bonachón. Ese era su verdadero apellido, pero como realmente era muy bueno el nombre le venía como anillo al dedo.

Bonachón supervisaba el armado del árbol que duraba varios días. La costumbre era empezarlo el día 8 y terminarlo el día 24 de diciembre.

El alcalde se encargaba de revisar uno por uno los adornos que la gente llevaba para que todo estuviera en orden. Así era que evitaba más de un problema.

-- ¿Qué se supone que traes ahí Clarita? Preguntó asombrado don Bonachón al ver a la niña con un helado de frutilla y pistacho, yendo directo al arbolito.
-- Es para nuestro árbol pues le combinan los colores, los sabores no me gustan, pero lo pedí así para que quede más lindo, nada más ¿buena idea verdad?
El alcalde no sabía cómo decirle a la niñita que un helado no era el mejor de los adornos, no quería desilusionarla, pero por otro lado, no podía dejar que el helado se derritiera sobre una rama.
-- ¿A que adivino preciosa? Este rico helado lo has traído para mi ¿verdad? Hace mucho calor aquí, debo pasar horas cuidando nuestro árbol. Ya sabía yo que alguien pensaría en este pobre alcalde y me traería algo fresco y además con los colores de Navidad. !Gracias, muchas gracias!

Clarita se fué sin querer discutir con don Bonachón y lo saludó con una sonrisa, mientras pensaba qué otra cosa conseguir para el arbolito.

Luego llegó Pedrito, un niño muy humilde. Se paró frente al árbol, elevó su mano hacia una de las ramas e hizo como si dejara algo en una de ellas. La verdad es que no había puesto nada, pero se fué muy contento. Bonachón presenció la escena muy intrigado, pero no dijo nada.

Al rato llegó una señora muy adinerada en su lujoso auto. De allí bajaron una gran lámpara con cientos de luces pequeñas y cristales que colgaban.

-- Vengo a darle un toque de lujo a este árbol. Con estas luces en la punta lucirá como el mejor de todos y ésto gracias a mi generosidad. Dijo la señora adinerada.

Mucho le costó al alcalde hacerle entender a la señora que no podían colgar semejante lámpara del árbol, sin que éste se cayera.

Luego de una discusión nada sencilla, la señora se retiró muy ofendida con su lámpara y pensando en que la Navidad no tendría ningún toque de distinción.

La gente seguía trayendo adornos, moños y cosas para el árbol que poco a poco se iba rellenando.

La Navidad se acercaba y Pedrito iba todos los días y también todos los días hacía lo mismo. Paradito frente al arbol abría su manita pequeña, hacía como que dejaba algo en una ramita y con una inmensa sonrisa se iba.


No hay comentarios:

Publicar un comentario