lunes, 4 de mayo de 2015

NARRACIONES





HOMENAJE A GUY DE MAUPASSANT

Por Federico García Lorca





AMANTES  ASESINADOS POR UNA PERDIZ


Los dos lo han querido, me dijo su madre.

¿Los dos...? No es posible, señora, dije yo.
Usted tiene demasiado temperamento y a su
edad ya se sabe por qué caen los alfileres
del rocío.

Calle usted, Luciano, calle usted... No, no,
Luciano, no.

Para resistir este nombre, necesito contener
el dolor de mis recuerdos. ¿Y usted cree que
aquella pequeña dentadura y esa mano de
niño que se han dejado olvidada dentro de la
ola, me pueden consolar de esta tristeza?
Los dos lo han querido, me dijo su prima.
Los dos. Me puse a mirar el mar y lo he
comprendido todo.

¿Será posible que del pico de esa paloma
cruelísima que tiene corazón de elefante
salga la palidez lunar de aquel trasatlántico
que se aleja?

Es que tuve que hacer varias veces uso de
mi cuchara para defenderme de los lobos.
Yo no tengo culpa ninguna. Usted lo sabe.
¡Dios mío! Estoy llorando.

Los dos lo han querido, dije yo. Los dos.

Una manzana será siempre un amante, pero
un amante no podrá ser jamás una
manzana.

Por eso se han muerto, por eso. Con veinte
ríos y un solo invierno desgarrado.
Fue muy sencillo. Se amaban por encima de
todos los museos. Mano derecha, con mano
izquierda. Mano izquierda, con mano
derecha. Pie derecho con pie derecho. Pie
izquierdo con nube. Cabello con planta de
pie. Planta de pie con mejilla izquierda. ¡Oh
mejilla izquierda! ¡Oh, noroeste de barquitos
y hormigas de mercurio! Dame el pañuelo,
Genoveva; voy a llorar. Voy a llorar hasta
que de mis ojos salga una muchedumbre de
siemprevivas. Se acostaban. No había otro
espectáculo más tierno. ¿Me ha oído usted?
¡Se acostaban! Muslo izquierdo con
antebrazo izquierdo. Ojos cerrados con uñas
abiertas. Cintura con nuca y con playa. Y las
cuatro orejitas eran cuatro ángeles en la
choza de la nieve. Se querían. Se amaban.

A pesar de la ley de la gravedad. La diferencia que existe entre una espina de
rosa y una Start es sencillísima. Cuando
descubrieron esto, se fueron al campo. Se
amaban. ¡Dios mío! Se amaban ante los
ojos de los químicos. Espalda con tierra,
tierra con anís. Luna con hombro dormido y
las cinturas se entrecruzaban una y otra con
un rumor de vidrios. Yo vi temblar sus
mejillas cuando los profesores de la
Universidad le traían miel y vinagre en una
esponja diminuta. Muchas veces tenían que
apartar a los perros que gemían por las
yedras blanquísimas del lecho. Pero ellos se
amaban.

Eran un hombre y una mujer, o sea, un
hombre y un pedacito de tierra, un elefante y
un niño, un niño y un junco. Eran dos
mancebos desmayados y una pierna de
níquel. ¡Eran los barqueros! Sí. Eran los
barqueros del Guadiana que cercaban con
sus remos todas las rosas del mundo.

El viejo marino escupió el tabaco de su boca
y dio grandes voces para espantar a las
gaviotas. Pero ya era demasiado tarde.

Ocurrió. Tenía que ocurrir. Cuando las
mujeres enlutadas llegaron a casa del
Gobernador, éste comía tranquilamente
almendras verdes y pescado frescos con
exquisito plato de oro. Era preferible no
haber hablado con él.

En las islas Azores. Casi no puedo llorar. Yo
puse dos telegramas; pero
desgraciadamente, ya era tarde. Sólo sé
deciros que los niños que pasaban por la
orilla del bosque vieron una perdiz que
echaba un hilito de sangre por el pico.

Ésta es la causa, querido capitán, de mi
extraña melancolía.
...oooOOO OOOooo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario