sábado, 4 de abril de 2015

HISTORIAS DE LA HISTORIA





El volcán que paró a Napoleón


Dentro de tres meses se celebra el segundo centenario de la batalla de Waterloo, que supuso el declinar de Napoleón y puso en marcha la Europa que conocemos en la actualidad. Pero el verdadero culpable de la carnicería que se vivió en la campiña cercana a Bruselas -allí cayeron 55.000 soldados-, tal vez no sea el británico duque de Wellington: se encontraba a miles de kilómetros del Viejo Continente y actuó dos meses antes. Parece un acertijo, pero tiene que ver con las nuevas visiones de la historia que atribuyen la suerte de los seres humanos no solo a sus propios actos, sino al comportamiento del planeta.
10 de abril de 1815. La caldera natural del volcán Tambora, en la isla indonesia de Sumbawa, no resistió más. Ubicada en el Anillo de Fuego, la zona con mayor actividad de la Tierra, necesitó 5.000 años para hacer explotar el mayor cañón natural de la historia. La pirotecnia duró siete días, reventó la montaña y liberó al cielo un millón y medio de toneladas de cenizas. Una vez dentro de la estratosfera, el ventilador natural de los vientos se encargó del resto.
Europa también había estallado en un belicismo generalizado. Aunque necesitó menos años de alianzas y traiciones, de un imperialismo francés inasequible a los fracasos expansionistas de Napoleón, para situar a los ejércitos angloprusianos capitaneados por Wellington camino de la batalla final en Waterloo. A pesar del agotamiento de sus huestes, el general corso confió hasta el final en la disciplina y el orden de sus 72.000 hombres. Era la madrugada del 17 al 18 de junio de 1815 y el pequeño emperador vivaqueó entre aquellas formidables divisiones, mirando al cielo en espera de que aquel brutal y adelantado invierno cambiara de signo. No fue así y su rival, con la tercera parte de efectivos, acabó con el sueño de un continente entregado a la 'Marsellesa'.
El invierno, ese mismo 'general' que siglo y cuarto después paró a los alemanes en Stalingrado, enterró los sueños napoleónicos en el barro. El clima era igual para ambos, pero los franceses eran más y Napoleón los había dispuesto como en un juego de 'ajedrez'. Frente a unos enemigos más ágiles, el lodazal de Waterloo borró la cuadratura militar gala. "Fue una desbandada... Nuestros abrigos y los pantalones estaban recubiertos con varios kilos de barro. Una gran parte de los soldados había perdido sus zapatos y llegaron descalzos", escribió el sargento de la guardia De Maudit.
Monzón europeo
Por supuesto, nadie entonces atribuyó aquella derrota a la influencia del tsunami climático que provocó el Tambora dos meses antes. Hay tratados y bibliotecas enteras que analizan las estrategias bélicas de Napoleón, pero pocas que incluyan la variable de la naturaleza. Las nuevas investigaciones ambientales aplicadas a la historia sí lo hacen. Aquella especie de monzón asiático en la campiña europea cambió el curso de la humanidad. El investigador de la Universidad de Rhode Island, Steven Cary, ha establecido que la erupción "causó un enfriamiento global de 1ºC, aunque las diferencias regionales alcanzaron hasta 10ºC".
Pero sus efectos apenas estaban comenzando aquel insólito verano de 1815. Porque después llegaría el estío de 1816, que ha pasado a los libros como "el año sin verano". Las tormentas de nieve barrieron las costas de Nueva Inglaterra (más o menos a la altura de Boston y Nueva York). El presidente Thomas Jefferson habló de "una angustia sin precedentes" por las hambrunas. Mary Shelley, deprimida por aquel verano triste, escribió 'Frankenstein', dicen que inspirada por los terroríficos aguaceros. El poeta Lord Byron cantó a aquel tiempo en que "el brillante sol se apaga / la madrugada llegó y se fue / y no trajo ningún día", sin lograr conjurarlo. En otros lugares la cosa no fue mejor. Los cambios del clima provocaron la mayor epidemia mundial de cólera del siglo XIX, que se propagó desde el golfo de Bengala (India).
En esta cercana celebración, expertos como el profesor de Estudios de Sostenibilidad Humana en la Universidad de Illinois, Gillen D'Arcy Wood, han puesto el foco sobre los efectos del clima. "El verdadero peligro recae en nosotros, ya que la actividad humana constituye una amenaza cada vez mayor", asegura el autor de 'Tambora: la erupción que cambió el mundo'.
Un nuevo frente que convierte en irrelevante la negativa de Francia a que se acuñe una moneda de dos euros para celebrar en junio Waterloo, tal y como propone Bélgica. "Es un acontecimiento de una resonancia particular en la conciencia colectiva, que va más allá del simple conflicto", defiende la diplomacia gala. Un argumento que han aceptado sus vecinos. Aunque los ecos de esa 'resonancia' llegaron en realidad desde el Índico.
Reportaje de Antonio Corbillón, editado por EL CORREO

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